jueves, 20 de mayo de 2010

Picón del Halcón

Recordando aquellos felices días de la excursión apsurda, emprendimos la marcha desde el Puente de las Herrerías, no sin envidia de la parejilla que andaba pensando si bañarse o no. Dado que no se oyeron feroces alaridos, es de suponer que, finalmente, no entraron en el agua.
Por un remozado carril, transitamos junto al Arroyo de los Habares hasta el segundo cruce, con la silueta imponente del Picón del Halcón (destino principal del pateo) a la derecha. En verdad, parece imposible que vayas a ser capaz de trepar hasta allá cuando lo ves desde abajo. ¡Qué volaos! Las cuestecillas por las que transita la saca de madera por la que prosigue la excursión siguen siendo tan bellas y acogedoras como siempre. Al menos, da alegría ver que todavía no te toca morir de infarto o reventón cardiaco. El jodío sol en el cogote tampoco ayuda demasiado y, cuando finalmente alcanzas la pista, una alegría inconmensurable te llena de gozo.
Y llega la primera sorpresa del día: la Junta de Andalucía, fiel y celosa guardiana de la integridad del parque natural, adalid que lucha contra el turismo invasor sin piedad (como ya hemos comprobado en Arroyo Frío, por ejemplo), ha colocado una señal que prohíbe transitar por el Arroyo de los Tornillos de Gualay. Hay que tocarse los cojones, vamos. Así pues, no bajamos junto al arroyo, no pasamos de piedra en piedra, no transitamos por el lecho de grava, no bebimos en la Fuente del Borbotón ni nos quitamos los zapatos para probar el agua helada y llegar a la Cerrada del Pintor.
Tras no hacer todo eso, agarramos una canal llena de espartos y otras plantas pinchapiernas para subir al Picón del Halcón. Y, vencidos por el cansancio, segunda sorpresa del día: una garrapata subiendo por la pierna. Afortunadamente, aún andaba.
La continuación de la ruta, como ya sabíamos, es una pequeña tortura: media hora de trepadas y destrepes por lanchas de piedra con agarres precarios, malas caídas y sabinas muy desarrolladas arañando el cuerpo. Sin embargo, un poco de intuición montañera nos permitió encontrar y marcar en el GPS el punto exacto por el que se sale del atolladero, un desfiladero estrecho que conduce al primer (y no presente en el mapa) Collado del Halcón. Desde ahí hasta el coche, un apacible paseo destrozarrodillas, con la sonrisa en los labios por haber conseguido encontrar el paso oculto una vez más.

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