domingo, 17 de octubre de 2010

Vuelta al Chorro

¡Vuelta al trabajo duro después de un verano de pateo y poca bici!

La sección cazorleña estaba citada a la poco prudente hora de las 11 para iniciar uno de los circuitos más jodidos que se pueden hacer en una mañana larguita. Total, que contábamos con comer bastante tarde.

La subida inicial al Puerto de las Palomas ya es bien conocida y no por ello menos dura. Una niebla espesilla y unas nubes que tiraban a negro no presagiaban un desenlace seco de la excursión, pero tampoco la amenaza era inminente, así que decidimos seguir. Tras la bajada rápida hasta el Guadalquivir, los trece kilómetros y pico que lo acompañamos hasta su nacimiento oficial nos templaron bien los cuádriceps y la riñoná. Merece una mención especial la pasada de coches que transitaban hacia y desde ese lugar: con el carril arreglado la primavera pasada, hay más vehículos que animales. Ir chupando cuesta dura y tragarte una bocanada de tubo de escape sigue siendo tan desagradable como siempre.

En fin, con pocas fuerzas y un poco de fresquito, agarramos el desvío a la derecha que nos había de conducir al punto más alto del circuito, Puerto Lorente. Con el cansancio acumulado, los tres kilómetros en los que se concentra una subida de más de 200 metros de desnivel (haga usted la media y tiemble), con el carril en un estado suficientemente malo para dificultar la tracción y acabar de destrozar el ya maltrecho culo, eran una tortura.

Y qué decir de la bajada hasta el Chorro. El carril, poco transitado, sigue perdiendo superficie firme y quedándose en una mera colección de piedras y escorrentías, perfectamente aptas para darse un hostión en cualquier momento. Bien es cierto que el bajar a 40 por hora no ayuda a controlar la bici, admitámoslo. En algún lugar del cuerpo hay un depósito de combustible que manda suministros a las piernas y al cerebro y, contra todo pronóstico, acabamos subiendo todos los repechos no ya sin bajarnos de la burra, sino incluso sin meter el plato chico.

Un plácido descenso (casi voy al suelo) nos condujo de vuelta a casa, con la satisfacción del trabajo bien hecho y la satisfacción aún mayor de las dos Macrolepiotas Procera que casi no cupieron en las mochilas, y que fueron convenientemente deglutidas en sesión nocturna.

miércoles, 7 de julio de 2010

El Purche

Cuando llegan las fechas veraniegas, el inefable Tour aparece para amenizar las siestas de babilla por la comisura de los labios y, antes o después, te acabas haciendo la misma pregunta: ¿cómo será subir un puertaco de esos criminales? Para responder a esa pregunta, dediqué la mañana del domingo a subir desde Graná hasta El Purche por el puerto que nace en Monachil (1ª categoría en la Vuelta a España). Cosas peores he hecho.

Nada más salir de la colección de hoteles que han sustituido a las antiguas huertas, las tres primeras rampas ya prometen emociones fuertes. Las curvas son tan cerradas que las ganas de seguir subiendo con el plato mediano se difuminan pronto. Y claro, a base de plato de postre, subir un puerto es como el comer y el rascar. El calor apretaba, y bien, y la envidia de ver a los que ya bajaban hacía que los chorros de sudor que anegaban pecho y espalda castigaran un poco más aún. Sin embargo, el discurrir del puerto, con vistas de la gente a la que iba dejando lejos, iba animando a seguir y, en poco más de una hora, me planté en El Purche, vivo y sin bajarme de la bici. La próxima vez que vea a los becerros subir ese puerto cuatro veces más rápido, seguro que se vienen a mi mente las imágenes que guardo en la memoria.

lunes, 5 de julio de 2010

La cabra, la cabra, ...

Y ya sabemos lo que sigue.

Eran las ocho y pico de la mañana cuando, con el ánimo henchido y ganas de comprobar cómo sienta el entrenamiento, emprendimos la marcha desde Graná hacia Salobreña por la carretera de la Cabra. Los primeros kilómetros, por llanos y falsos llanos, transcurrieron pacíficamente. Pasado Alhendín, se sube el puertecillo del Suspiro del Moro, a la postre el más suave de todos.

La carretera de la Cabra, antaño de firme desigual y tráfico escaso, es hoy en día un reguero de camiones que no cesa hasta la cantera que hay a los veintitantos kilómetros, justo donde la flamante carretera ancha y de buen firme cede su gloria a la de toda la vida, tortuosa, estrecha y con firme desigual. A pesar de la hora, el calor empezó a apretar pronto y las cuestas y falsos llanos nos hicieron parar a por un reconfortante piscolabis en la Venta del nosequé.

Y de ahí en adelante, con las piernas castigadas, las rampas más duras, el asfalto rugosillo y los continuos tramos de subeybaja iban haciendo mella. No obstante, la alegría de pensar en el descenso final empujaba. Pasado el cruce de Huerto Alegre, una pequeña subidilla conduce al primer tramo de bajada, eses cerradas con un barranco acongojante a la derecha y un paisaje bellísimo.

Tras una serie de barrancos (sube, baja, sube, baja), al fin se llega al mirador de la Cabra Montés, desde el cual se divisa, al fin, el mar Mediterráneo. El descenso es tremendo, bien pensado: habrá unos mil metros de desnivel desde el mirador hasta el cercano mar, que el trazado resuelve con un descenso vertiginoso en el que alternan las curvas cerradas y los tramos algo más rectos. A pesar de la cercanía del mar, el aire empezaba a ser caliente, si no asfixiante, y los aromas de romero, lentisco y jara anunciaban la torridez mediterránea que se nos venía encima.

Y por fin, anunciada y no por ello menos terrible, la disyuntiva del kilómetro 68'80: o bajas hasta Almuñécar y coges la carretera nacional, o subes hacia Ítrabo y Molvízar. La elección estaba clara: no puedes arriesgarte a meterte en una nacional con todo el tráfico.

Qué rampas, la virgen. Cuatro kilómetros con el plato chico, y eso que era asfalto. A ojo de buen cubero, algún tramo debía de pasar del diez por ciento, porque ni siquiera el cansancio, el sol matador y el agua caliente y escasa pueden forzarte a mantener el plato chico tanto tiempo.

En fin, pasado el mal trago, un descenso agradable (el aire secando el sudor da fresquito) nos condujo al punto final: un chiringuito con cerveza helada y tapas de pescaíto, un bañito en el mar y a recuperarse de los 88 kilómetros y pico. Esta sí que no ofrezco repetirla, al menos de momento ;D

Verea de la Estrella

Ya que la estuvimos pateando el fin de semana del veinte de junio, os paso información:

- El refugio de la Cucaracha está bastante bien. En general está limpio y hay restos de leña, aceite y sal por la zona de la parrilla. Las literillas de madera están en buen estado en la zona grande, algo más sombrías en la habitación pequeña.
- El refugio del Aceral sirve para una emergencia (Cucaracha llena), pero hay que dormir en el duro suelo o en los bancos, si no ha llegado nadie antes.
- Cruzar los ríos es una aventurilla. Es casi imposible sin quitarse las botas y, a tenor del caudal con que bajan, más vale echar los bastones para equilibrar.
- Madrugad, que a la una de la tarde pega un sol criminal, incluso en las zonas que supuestamente son de sombra.

miércoles, 16 de junio de 2010

Se equivocó la paloma ...

Pues sí, se equivocaba. Pensaba que era imposible subir el Puerto de las Palomas en menos de una hora desde casa y resulta que no. Hay que joderse. Qué vida esta, siempre hay algo nuevo que aprender.

miércoles, 2 de junio de 2010

El fallido track del águila


No puedo cargar el track, pero valgan la imagen y el resumen: 7 horas y 4 minutos, 15'606 kilómetros y 1252 metros de desnivel acumulado (casi peores los correspondientes cuesta abajo, con el calor). ¿Alguien se apunta a repetir?

martes, 1 de junio de 2010

El águila de Quesada

O cómo achicharrarse las piernas.

Comenzamos la épica jornada a las 9 de la mañana, para hacer más leve la parte jodía, id est, el ascenso al Rayal. Tras conseguir perder el camino habitual sin darnos cuenta (total, tampoco hay camino), llegamos a la cima tras una hora y treinta y cinco minutos de intensos sudores y maldiciones al pedregal. Acosados por una legión de abejas e insectos afines, emprendimos el descenso hacia el collado en el que comienza el Picón del Guante sin pararnos.

Tras un breve destrepe por las paredillas sureste del Rayal, llegamos a un prado al borde del tajo norte donde repusimos fuerzas con una rica manzana. El paso por el bosquecillo cercano al collado fue mejor que en otras ocasiones, gracias a la feliz idea de seguir las trazas de los herbívoros (o sea, las vereas de los bichos).

La parte más dura de la excursión es la subida hasta el Picón del Guante por la arista, pues al desnivel y el sol achicharrante se une el vértigo que produce caminar con apoyos precarios para los castigados pies junto a un tajo inquietante. Varias cabras y trepadillas más arriba, el premio de la cumbre nos hizo sonreír, a pesar de que la vista no era tan espectacular como otros días: la calima ya nublaba la visión. El descenso siguiendo en lo posible la arista en dirección noreste es el mejor que he probado.

La última subida hasta el Aguilón del Loco (Villalta en los mapas) es la puntilla para las plantas de los pies, aunque un ratillo de conversación con los cabreros siempre viene bien. Desde la cumbre, la tercera del día y la tercera llena de moscones, abejas y avispas, sólo quedaba un descenso demencial a través del bosque de pinos, con algún que otro resto de vegetación salvada de las quemas pretéritas para dar algo de variedad al día. Bello par de quejigos, ciertamente.

Bujea abajo, las plantas de los pies acaban de fallecer por las crueles pendientes, pues el calor aprieta y la pista se empina. De no ser por los renacuajos y las algas, quizá hubiésemos acabado sumergidos en las aguas del pilón donde beben las ovejas.

Resumiendo: siete horas de piedra y pendiente, paisaje impresionante, un sol de justicia y más de 1200 metros de desnivel acumulado. En próximos días, si aprendo, subiré el track.

jueves, 20 de mayo de 2010

Picón del Halcón

Recordando aquellos felices días de la excursión apsurda, emprendimos la marcha desde el Puente de las Herrerías, no sin envidia de la parejilla que andaba pensando si bañarse o no. Dado que no se oyeron feroces alaridos, es de suponer que, finalmente, no entraron en el agua.
Por un remozado carril, transitamos junto al Arroyo de los Habares hasta el segundo cruce, con la silueta imponente del Picón del Halcón (destino principal del pateo) a la derecha. En verdad, parece imposible que vayas a ser capaz de trepar hasta allá cuando lo ves desde abajo. ¡Qué volaos! Las cuestecillas por las que transita la saca de madera por la que prosigue la excursión siguen siendo tan bellas y acogedoras como siempre. Al menos, da alegría ver que todavía no te toca morir de infarto o reventón cardiaco. El jodío sol en el cogote tampoco ayuda demasiado y, cuando finalmente alcanzas la pista, una alegría inconmensurable te llena de gozo.
Y llega la primera sorpresa del día: la Junta de Andalucía, fiel y celosa guardiana de la integridad del parque natural, adalid que lucha contra el turismo invasor sin piedad (como ya hemos comprobado en Arroyo Frío, por ejemplo), ha colocado una señal que prohíbe transitar por el Arroyo de los Tornillos de Gualay. Hay que tocarse los cojones, vamos. Así pues, no bajamos junto al arroyo, no pasamos de piedra en piedra, no transitamos por el lecho de grava, no bebimos en la Fuente del Borbotón ni nos quitamos los zapatos para probar el agua helada y llegar a la Cerrada del Pintor.
Tras no hacer todo eso, agarramos una canal llena de espartos y otras plantas pinchapiernas para subir al Picón del Halcón. Y, vencidos por el cansancio, segunda sorpresa del día: una garrapata subiendo por la pierna. Afortunadamente, aún andaba.
La continuación de la ruta, como ya sabíamos, es una pequeña tortura: media hora de trepadas y destrepes por lanchas de piedra con agarres precarios, malas caídas y sabinas muy desarrolladas arañando el cuerpo. Sin embargo, un poco de intuición montañera nos permitió encontrar y marcar en el GPS el punto exacto por el que se sale del atolladero, un desfiladero estrecho que conduce al primer (y no presente en el mapa) Collado del Halcón. Desde ahí hasta el coche, un apacible paseo destrozarrodillas, con la sonrisa en los labios por haber conseguido encontrar el paso oculto una vez más.

miércoles, 21 de abril de 2010

El Chorro

Después de subir en bici al Chorro, superando los repechos criminales que conducen a La Iruela y, desde allí, a los merenderos de Cazorla, ¿qué le queda a uno por hacer en la vida? Pues está más claro que el agua: ¡subir por el otro lado!

Con ánimo feriante y la panza vacía, emprendimos la marcha desde la Plaza Vieja y la primera, en la frente: cuestón para llegar hasta los llanos y seguir la ladera que el excelentísimo ayuntamiento ha bautizado como "ruta saludable", eufemismo para sustituir a la denominación popular, "ruta del colesterol". Carretera de Quesada y manta, las subidillas y bajadillas se suceden hasta que, superado el cuestón que baja a Bruñel y un repechillo, agarras el desvío que conduce al Chorro. 9 kilómetros, miente el cartel.

Con la alegre compañía de los agricultores que envenenan sus campos impunemente (cumpliendo los requerimientos legales, eso sí: pa mover la economía no hay límites) afrontamos la viradísima carretera con los cuádriceps aún quejosos por la paliza de subir y bajar el Rayal de anteayer. Nueve kilómetros de asfalto, pocos repechos jodíos, pero el ánimo va decayendo. Esperamos al furgón de cola en el cruce de Montesión y, tras un breve concilio, decidimos (desgraciadamente) continuar el ascenso por el pedregal llamado pista hasta el Chorro. Unos cuantos cambios de piñón y plato más adelante, con salida de la cadena incluida, logramos alcanzar los amados bancos que hay frente a la casa forestal abandonada sin haber echado el pie a tierra.

El descenso hasta el punto de partida, bien conocido ya por haberlo transitado otras veces, sigue siendo de esas experiencias que justifican montar en bici y dejarse los isquiotibiales y los trapecios echos una desgracia: una pista ancha y virada, con bastante desnivel, que pone a prueba el tino para frenar a tiempo y no comerse las curvas y todo lo que venga, sea ciclista en agonía, todotearruino o jabalí, que haberlos, haylos.

viernes, 9 de abril de 2010

Exploranding

¡No va a ser todo sufrir! Después de un frustrado intento dominguero de seguir la senda de pescadores del Guadalentín (demasiada agua y demasiado fría), el pasado miércoles emprendimos la heroica conquista de una cumbre jamás hollada por el pie humano: el pico sin nombre que da al valle del Guadalquivir. Tras una subida por la senda serpenteante que recorre el valle por encima de Fuente Rechita hacia el Puerto de los Arenales y más allá, abandonamos el camino y, tras un duro ascenso de tres o cuatro minutos, alcanzamos la ansiada cumbre, que aún no ha sido bautizada. Las amplias vistas del valle justificaban sobradamente el titánico esfuerzo que hubimos de realizar.
Para reponernos de tal esfuerzo, bajamos al cercano Parador de Cazorla, donde ingerimos líquidos que devolvieran nuestros niveles de electrolitos y demás porquerías que circulan por el organismo a su justo punto. No contentos con haber realizado la conquista del día, emprendimos la subida hacia el Puerto del Tejo por el cortafuegos, en lugar de utilizar el camino. La severa rectitud del trazado, junto a la ingestión de la cervecilla previa, hicieron de la media horilla una pequeña tortura etílica: probad, probad un tercio en ayunas y una buena cuestecilla que salve doscientos metros de desnivel en poco recorrido.
Y con un descenso memorable por la cuesta romperrodillas (odiosa Z desde Prado Redondo hasta La Iruela incluida), volvimos a casa con la satisfacción impagable de haber conquistado para la humanidad nuevos territorios.

lunes, 15 de marzo de 2010

Subida a la Maroma (por Gonzalo)

Que por mayo era por mayo, cuando faze la calor ... pero en marzo, leche migá con sopas.

A la poco montañera hora de las 10:50 iniciamos la ascensión al pico más alto de la provincia de Málaga, la Maroma (consulte el IGN quien siga pensando que es provincia de Granada). El acceso con el coche había sido bueno, aunque el carril presenta ciertos agujerillos y hasta algunos agujeracos en las zonas llanas. Son cinco kilómetros de carril desde la venta de la Alcaicería, en la carretera que va de Alhama de Granada a Zafarraya.

Al inicio de la ruta, una invasión de guiris, subespecie británica, puebla los llanos del cortijo del Robledal. La zona de mesas y barbacoas parece atractiva y la señal de zona de acampada nos pone los dientes largos. Un panel indicador muestra el perfil de la excursión y ofrece datos inquietantes: 7'8 kilómetros (ida) y entre seis y media y siete horas (ida y vuelta), cuatro horas de subida. ¿Irá el sendero arriba y abajo? ¿Habrá un paredón? Parecen muchas horas para tan pocos kilómetros.

Comenzamos a subir por una pista ancha entre encinas y pinos. Las señalizaciones eran profusas y claras y las múltiples huellas de botas auguraban un público numeroso. Tres jovenzuelos con vaqueros nos seguían la pista de cerca, aunque sin llegar a pisarnos los talones.

La pista se hizo camino y el camino, vereda y, de repente, comenzó lo que la guía describía como "fuerte pendiente". Pero el frío obra milagros, cuando no la pereza combinada con aquel: con tal de no sacar de la mochila más prendas de abrigo, iniciamos una alocada carrera por el repecho (cuasi pared, se diría) y los domingueros -sabaderos, en este caso- a quienes íbamos adelantando nos contemplaban cual si de la Santa Compaña se tratase, pues no podían creer que nuestros piececillos avanzasen por aquel despeñaero a tal velocidad.

Nuestros élficos pasos atravesaron el repechón, la umbría salpicada de tejos con el camino lleno de nieve bien pisada y acabamos dejando atrás las paredes de las que colgaban enormes carámbanos. Pasado el Salto del Caballo, un torcalazo inmisericorde lleno de piornos y plantas rastreras hablaba de los vientos y nieves que han de azotar esas cumbres. Un poste de madera vuelve a señalar una distancia de dos kilómetros hasta la cumbre (diez minutos después del anterior) y las cansadas piernas que trotan cual potrillos por entre las afiladas piedras del torcal emiten una queja en forma de pinchazo.

La niebla cubre rápidamente la zona alta del monte, pero el gran número de hitos y flechas rojas pintadas en las piedras facilitan la progresión. Con las energías flaqueando, pero agradeciendo la brisa cálida que trae la niebla, llegamos a la cumbre a las 13:15 aproximadamente. Las curiosas construcciones semicirculares en piedra seca nos recuerdan que los vendavales deben de zumbar de lo lindo por estos pagos.

Repuestas las fuerzas con galletillas y una rica y sabrosa manzana, trepamos a lo alto del vértice geodésico para hacernos la foto que atestigüe la hazaña lograda. ¡Conseguimos subir y bajar sin (d)escornarnos (en granaíno, esnoclarnos) y ni siquiera perder dedos en los helados hierros! Mochila al hombro, emprendemos el regreso por la misma ruta de la subida.

Alcanzado el punto de partida, el reloj muestra que, en efecto, como sugirió Rocío, "íbamos bien" en la subida: cinco horas menos diez minutos. Y con unos planes sobre cuál será la próxima cumbre, pusimos rumbo al merecido tercio de rigor.

Lugar de partida: cortijo del Robledal (unos 1000 metros sobre el nivel del mar).
Punto más alto: La Maroma (2065 metros sobre el nivel del mar).
Desnivel acumulado, según el cartel: más de 1100 metros.
Tiempo total: 4 horas 50 minutos.
Adelantamientos: 17 payos y payas y un perro de aguas.

 Vista de la cuerda que lleva a la cima de la Maroma desde el sendero del barranco de los Presillejos

Abrigos antiventisca en la cumbre

Foto testimonial en el vértice geodésico

Donando mi cuerpo a la ciencia si le da por desprenderse al carámbano

lunes, 22 de febrero de 2010

Ocho cumbres - Subida a Mágina (por Gonzalo)

Desde hace ya tiempo, andábamos planteándonos hacer las ocho cumbres, o sea, ascender el pico más alto de cada provincia andaluza. Dejando a un lado la (ausencia de) dificultad del proyecto, tiene que ser bonito patear las ocho provincias y degustar los manjares populares de la zona - esperemos que no sean bocata de queso o de caballa.

Así pues, decidí poner manos (casi mejor, piernas) a la obra y subí a Mágina, el pico más alto de la provincia de Jaén, acompañado por Rocío, mi primo Jota y dos compañeros de trabajo de éste, Constantino y Fernando. La ruta que elegimos es de las durillas: desde el castillo de Mata Bejid, en la cara sur, se asciende por el carril durante una hora aproximadamente, atravesando un magnífico bosque de encinas con ejemplares de un porte considerable. Pasados los restos del cortijo de Prados, se abandona la pista y se asciende junto a un barranco hasta la zona que siempre hemos conocido como "los hoyos", o sea, una serie de dolinas en las que se acumula la nieve en invierno.

El último tramo de la subida es el ascenso de la inmisericorde pared pedregosa jalonada de espartos y piornos, incluso (en las zonas altas) de sabinas rastreras. La acumulación de nieve dio lugar a jocosas anécdotas de patas insertas en piornos enterrados. Tras crestear sin matarnos en las zonas heladas, alcanzamos la cima en un tiempo digno de un equipo del Inserso.

Para hacer un poco más entretenido el día, bajamos por la cara oeste de la meseta, aprovechando que el medio metro largo de nieve nos ofrecía la oportunidad de escurrirnos y bajar muy, muy rápido. Mas somos gentes de bien y nuestra escasa afición a los hospitales y el 112 nos llevó a tocar suelo sólo en tres ocasiones, sin daños físicos reseñables.

Tras siete horas de marcha, regresamos a nuestros vehículos con la primera muesca en el revólver y el ánimo henchido de gozo. Esperemos que vengan muchas jornadas gloriosas más.

Algunos datos:
Fecha: 7 de febrero de 2010.
Tiempo total, incluyendo heladoras paradas: 7 horas y 26 minutos.
Punto de partida y llegada: castillo de Mata Bejid (1127 metros sobre el nivel del mar).
Punto más alto de la ruta: cima de Mágina (2167 metros sobre el nivel del mar).
Desnivel acumulado: 1137 metros.

 Vista del pico Almadén con el bosque de encinas en primer término

Sierra Nevada, con todos los tresmiles bien visibles
En la cumbre de Mágina, con Sierra Nevada al fondo
y muchas ganas de ir bajando para descongerlarnos